Natalismo japonés y prohibición del aborto


Noda Seiko, Chairperson of the Liberal Democratic Party Executive Council

Diego Ramiro, nipófilo de pro, me señala esta noticia del Washigton Post: «Política japonesa quiere elevar la natalidad nacional prohibiendo el aborto». El diario se hace eco de lo publicado en el blog JapanCrush, que a su vez lo único que hace es traducir al inglés un fragmento de declaraciones… Todo muy tenue, podría parecer incluso anecdótico. No lo es. Por si a alguien se le olvidó, hace pocas semanas el ministro japonés de finanzas fue protagonista de titulares por sugerir la conveniencia de que se mueran de una vez los ancianos terminales que generan demasiado gasto público.

Los mensajes de alarma sobre la situación demográfica (la baja natalidad y el envejecimiento demográfico) arrecian y se hacen cada vez más frecuentes, no sólo en Japón, sino en todos los países desarrollados.

Ya he argumentado aquí que se equivocan en el diagnóstico cuando interpretan como una crisis el afortunado resultado de una revolución reproductiva. La modernización demográfica no ha provocado una crisis de nada, sino una notable mejora de la la productividad humana, la liberación de esfuerzos femeninos para dedicarlos a otros sectores de producción, una mejora radical de la calidad de los hijos que se tienen, un volumen poblacional mucho mayor del que hayamos tenido jamás. Y todo ello teniendo menos hijos por mujer, a la vez que el esfuerzo se trasladaba a asegurar que todos ellos vivan una vida plena y completa, con todas sus etapas, incluyendo la vejez. Si eso cambia la pirámide tradicional, bienvenida sea la nueva.

Frente a la escasa o nula valoración de este logro y del esfuerzo colectivo con el que se ha alcanzado, quizá convenga recordar a políticos, periodistas, asesores financieros, economistas, funcionarios vaticanos, defensores de la familia tradicional, patriotas, nacionalistas, moralistas y demás defensores de la conveniencia de tomar medidas contra la «crisis demográfica nacional», que las personas no son medios para que las políticas consigan el bien de los Estados, sino que los Estados son medios para que las políticas consigan beneficiar a las personas. Es de Perogrullo, pero se les olvida, y no son sólo japoneses (en España tenemos muchos de éstos también).

Pero incluso al margen de lo acertado o erróneo del diagnóstico, se equivocan también en las soluciones. La prohibición del aborto nunca se tradujo en un mayor número de nacimientos; pensar que un aborto menos es un nacimiento más incurre en un mecanicismo infantil. Una cosa es que se rechace el aborto por motivos religiosos o morales, y otra es considerar que su prohibición es una medida eficaz para elevar la natalidad. Las decisiones que toman las personas sobre cuántos hijos quieren tener, y en qué momento quieren tenerlos, son las que están tras sus prácticas anticonceptivas, no al revés.

La fecundidad de toda Europa no hizo más que descender desde finales del XIX hasta el temporal baby-boom del siglo XX, pero durante todo ese tiempo no sólo estuvo prohibido y penalizado el aborto, sino cualquier instrumento o dispositivo artificial para impedir el embarazo, y hasta las meras explicaciones sobre cómo utilizarlos. Francia, un país cuyo descenso de la fecundidad resultaba conocido desde la Revolución Francesa y que siempre estuvo políticamente empeñado en frenarlo con políticas natalistas, atravesó todo ese proceso con una ley sumamente dura contra el aborto, que no se legalizó hasta 1975. La fecundidad francesa siguió disminuyendo igual.

 

Las soluciones que se les están ocurriendo a los alarmistas demográficos actuales despiertan recuerdos a quienes sabemos algo de esta historia. Rusia ha reeditado las medallas a la madre heroica de la época estalinista, afamados demógrafos franceses proponen mayores cargas fiscales para los ancianos que no hayan tenido hijos… Quienes afirman la conveniencia de que los ancianos que sobrepasan el gasto público «aceptable» se mueran pronto están empleando el mismo discurso de «ahorro de dinero público» con el que la alemania nazi inauguró los hornos crematorios, aplicados primero a ancianos dementes, para extenderse después a un holocausto masivo. El mismo discurso, por poner un último ejemplo, que justificó en muchos estados norteamericanos hasta no hace mucho la esterilización de deficientes mentales en instituciones públicas sin su consentimiento. Siempre fue este el problema de las políticas de población; que tienden a imponerse a las personas en aras a un supuesto «interés de Estado». Pero los hijos no son ofrendas ni donativos al Estado, y quienes tenemos que parirlos y criarlos lo sabemos muy bien.

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