Mortalidad infantil y fotografía post mortem


En demografía se estudia la mortalidad como un determinante fundamental de la reproducción de las poblaciones, y es bien sabido que la altísima mortalidad infantil en nuestro pasado era una de las razones por las que la fecundidad tenía que ser también muy alta. Pero una cosa es hablar de números, y otra es «verlo». Ocurre que en este caso disponemos de un legado masivo de imágenes que dan fe de la omnipresencia de la mortalidad infantil, porque la fotografía «de difuntos» fue un género que se popularizó casi desde el mismo nacimiento del arte fotográfico.

Ya previamente la pintura había sido un medio para el recuerdo de los fallecidos, pero también para el «memento mori», el constante recordatorio de nuestro carácter mortal promovido por el cristianismo. Pero la pintura no estaba al alcance de las clases bajas. Cuando apareció la fotografía esta costumbre, lógicamente, se popularizó.

Con el tiempo este género casi ha desaparecido en los países más ricos, a la vez que se desarrollaba cierto rechazo a la visión de la muerte. Hoy estas imágenes nos parecen macabras, una exhibición impúdica de la muerte; afortunadamente, el fallecimiento de los hijos se ha convertido en buena parte del mundo en una rareza cada vez más inesperada e infrecuente, para la que prácticamente no existen ya ni liturgias ni pautas de comportamiento conocidos o aceptados. Pero en la otra parte del mundo la elevada mortalidad infantil todavía subsiste, y este género fotográfico ha pervivido y ha desarrollado características propias (pervivió en América del Sur hasta muy recientemente). No hay nada macabro en él, excepto nuestra mirada desde otro tiempo y cultura. Para los padres y familiares de estos niños, la foto era una manera de no perderlos del todo, y tenerles presentes siempre.

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